Sin embargo, la cruz no es el final del camino, porque la Cuaresma no es un tiempo de desesperanza, sino de renovación. En este Año Jubilar, la Iglesia nos recuerda que somos peregrinos de la esperanza, llamados a confiar en la misericordia infinita de Dios. Jesús no solo cargó con nuestras culpas, sino que abrió para nosotros las puertas de la vida nueva. Su resurrección nos asegura que el dolor y la muerte no tienen la última palabra, sino que la esperanza en Dios nos sostiene y nos impulsa a vivir con alegría la llamada a la santidad.
Así, este tiempo litúrgico nos invita a caminar hacia la Pascua con el corazón renovado, fortalecidos por la certeza de que la cruz, lejos de ser un signo de derrota, es el trono de la victoria de Cristo. Que este Miércoles de Ceniza nos ayude a emprender este itinerario espiritual con fe y confianza, sabiendo que, abrazados a la cruz, encontramos el camino seguro hacia la plenitud de la vida en Dios