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Breves meditaciones para el Triduo Pascual

Jueves santo en la Cena del Señor 

Se reúne el Señor con sus discípulos para celebrar la Pascua. Y en la cena hay un nuevo Cordero, no ya el cuidado por los pastores de Judea, sino aquel que señalara Juan el Bautista. Cristo entrega su vida misma en el pan y el vino consagrado. Anticipa en palabras su sacrificio en la Cruz. Los Apóstoles todavía no entienden lo que está sucediendo, deberán esperar en ese mismo Cenáculo la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés.

Nosotros al celebrar la santa misa hacemos presente el sacrificio en Cruz, recibimos su gracia y anticipamos la participación en la resurrección de Cristo. Pero esta comunión no es solo para nosotros, para encerrarnos con las puertas y las ventanas cerradas; la Eucaristía es para nuestra salvación, sí, pero también para constituirnos en misioneros, en enviados de la salvación de Nuestro Señor. Es pan de vida, pan para el camino, para encontrarnos con los hermanos que nos acompañan, a los que hay que ir a buscar en ocasiones por montes y collados. Estamos llamados a vivir en el hogar mismo de la Trinidad, en su interior, todo el pueblo de Dios unido: por el sacramento que Jesucristo instituyó el día del primer Jueves Santo, comenzamos a gustar de esa vida plena. Que nunca, animados por el Espíritu Santo, dejemos de acercarnos a Cristo Eucaristía, cimiento seguro de nuestras vidas.

TEXTO: PADRE FRAY JOSÉ ANIDO RODRÍGUEZ, O de. M.
IMAGEN: GUIÓN SACRAMENTAL (DETALLE). 1816, JUAN BAUTISTA CARRASCO Y ALARAZ. SEVILLA, HERMANDAD DE PASIÓN.

Viernes santo en la Pasión del Señor.

Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12:32). El rey del universo asciende a su trono. No tiene una corona de oro, ni cetro o espada; no hay un ejército inmenso que lo aclame, ni una corte de nobles y funcionarios que glosen la sabiduría de sus leyes. Asciende abandonado por sus apóstoles: solo su Madre, el Discípulo Amado y un par de mujeres consiguen estar al pie de la Cruz. Ahí, a la vista de todos, como un criminal más, se manifiesta el rostro mismo de Dios. El Hijo en su pasión revela al Padre. Revela el amor absoluto de quien no se reserva nada para salvar a sus enemigos, a aquellos que lo desprecian, a aquellos que hemos elegido el pecado. Afirmaba el poeta Heinrich Heine que el oficio de Dios es perdonar. No solo. El perdón de Dios no es solo un borrón y cuenta nueva. Es derramar su Espíritu y transformar nuestro interior por completo. En la Cruz, Cristo derrama agua y sangre desde su costado abierto. Bautismo y Eucaristía crean la Iglesia, crean la nueva humanidad justificada por la Gracia, llamada a hacer presentes las Bienaventuranzas en medio del mundo. Señor, que nunca nos alejemos de tu Cruz, que, como Tú, animados por el Espíritu, nuestra vida sea entrega plena al servicio de la redención de nuestros hermanos.

TEXTO: PADRE FRAY JOSÉ ANIDO RODRÍGUEZ, O de. M.
IMAGEN: SANTÍSIMO CRISTO DE LA EXPIRACIÓN. 1575, MARCOS DE CABRERA. SEVILLA, HERMANDAD DEL MUSEO.

Vigilia Pascual y Domingo de Resurrección.
 

El sepulcro está vacío. En esas cuatro palabras se resume la sorpresa del octavo día, del día en que todo fue hecho de nuevo. 

El hombre yacía aherrojado por las cadenas del pecado y de la muerte, y con él la creación entera. Parecía que el silencio de Dios el Sábado Santo era grito atronador que condenaba a aquel profeta nazareno, y, sin embargo, era el descanso gozoso de la vuelta del Hijo al Padre en el Espíritu Santo, era el coger aliento antes del «¡Hágase!» definitivo de la redención. Los discípulos, mente y corazón cerrados todavía, habían huido espantados. Solo María, siempre María, guardaba en su corazón la fe y la esperanza en el triunfo definitivo del amor de Dios. Solo María, siempre María, esperaba el amanecer en la seguridad de que volvería a abrazar a aquel que había concebido por obra del Espíritu Santo en aquel otro lejano amanecer de Galilea. Solo María, siempre María, era capaz de reunir a los restos de los apóstoles y de las mujeres e infundirles la calma y la serenidad en la espera. Y al fin el silencio se rompe en silencio: sin más testigos que ellos dos, Cristo abraza a María antes de anunciar a los discípulos, a todos nosotros, la resurrección y la nueva vida. Señor, concédenos el gozo de encontrarnos contigo Resucitado, contigo en la Eucaristía, contigo en el Reino, para siempre.

TEXTO: PADRE FRAY JOSÉ ANIDO RODRÍGUEZ, O de. M.
IMAGEN: APARICIÓN DE CRISTO A LA VIRGEN. C. 1493, FILIPPINO LIPPI. MUNICH, ALTE PINAKOTHEK.