La Navidad nos enseña una forma nueva de conocer a Dios. Las religiones nos enseñan a buscar a Dios en las alturas para solucionar los problemas de los pobres humanos aquí en la tierra. En lo alto se busca el poder de Dios para socorrer las limitaciones humanas.
Pero la Navidad no sigue ese esquema. No se trata de buscar a Dios en lo alto para resolver los problemas humanos aquí abajo. El esquema es el contrario: es Dios que busca al hombre queriendo ayudarlo a resolver juntos los retos de la tierra. Pero, otra sorpresa, ¿de qué forma Dios quiere ayudar al hombre? Dios viene y se esconde en la pobreza, en la impotencia, en la humanidad frágil y limitada. Dios no viene como guerrero fuerte, como Dios todopoderoso, como rey rodeado de ejército inmenso. Dios viene en la pequeñez de un niño, en la dependencia de un recién nacido, en la pobreza de una familia de Nazaret. Dios se hace uno de nosotros. ¿Cómo puede Dios ayudarnos desde la pobreza, la impotencia, la debilidad humana?
Este es el misterio de la Navidad, esta es una de las grandes lecciones de la Navidad: la divinidad se esconde en la humanidad sin perder su fuerza. Desde el primer momento la humanidad queda dignificada, elevada, divinizada, vocacionada a un destino eterno. Dios entre nosotros asume las limitaciones humanas sin perder las potencialidades divinas.
Desde que Dios se hizo hombre en la pobreza, la impotencia, la debilidad, nadie puede excusarse de amar al hermano porque no tiene bienes, no tiene poder, no tiene relaciones con gente importante. Dios hizo maravillas desde las limitaciones humanas. Esta es una de las grandes lecciones de la Navidad.
Texto: Padre Fr. Emilio Santamaría, O. de M.
Superior del Convento de San Gregorio